
Estuve los últimos días pensando qué escribir porque, aunque no lo crean, lo más difícil de esto es elegir el tema; una vez definido este, las palabras fluyen de forma natural. Definitivamente no quería tocar el tema del virus; siento que ya recibimos mucha información al respecto y prefiero dejarle la labor a los expertos. Zapatero a sus zapatos.
De pronto, revisando las entradas publicadas hasta el momento, caí en cuenta que no he redactado alguna que hable de literatura, que es uno de los fines de haber creado el blog (¡¿cómo cumplir la misión de contagiar el amor por la lectura sí no hablamos de literatura?!).
Y entonces, he decidido contarles un poco de mi experiencia.
Muchos de mis amigos suelen asociarme con libros; me refiero a que tienen la imagen de mí leyendo – ratón de biblioteca a mucha honra. Algunos me piden recomendaciones de lectura cuando quieren iniciarse en el mundo bibliófilo e incluso yo misma me dedico a reseñar y recomendar vía Instagram los libros que voy leyendo.
¡Ah!, pero no siempre fue así.
No tengo buena memoria a largo plazo, por lo que mis recuerdos de la infancia y niñez son muy puntuales. Imagino que, como a todos, al enseñarme a leer en el colegio le pidieron a mis papás que compraran algunos libros para que los leyera y luego me evaluaran en base al contenido (el sistema educativo incentivándonos desde tiempos inmemoriales)…pero no recuerdo ninguno de ellos. No hubo alguno que marcara mi infancia de tal forma que me llevara a pensar: «esto es lo más maravilloso del mundo, quiero más», no. Recuerdo vagamente haber leído La Odisea, de Homero, la cual encontré en casa de mi abuelo y cuya película (previamente vista) fue la que despertó mi curiosidad – no entraremos a discutir en este post si es mejor la película o el libro, que sino no acabamos nunca.
Lo que sí recuerdo con claridad es que, cuando tenía entre 9 y 10 años, mi mamá insistía mucho en que leyera algo más cultivado que los cómics del Súper ratón o Archie a los que tenía afición, por lo que me presentó a «El Conde de Montecristo» de Alejandro Dumas. Cuando vi los dos tomos del libro, de 500 páginas cada uno, con letra muy pequeña (Arial 6 por lo menos), sentí un vacío en el estómago…»¿En serio tengo que leer todo eso?, rayos» pensé, pero siendo obediente como era de niña, me entregué a la labor.

Y vaya que fue mala idea. No solo me parecía una historia tediosa, sino que al ver la cantidad de páginas que me faltaban, mi ánimo iba disminuyendo cada vez más. Si de obediencia se trataba, ya había cumplido con empezar a leerlo; nadie había mencionado que debía terminarlo. Usé ese vacío legal para apartar el libro de mí y mandarlo al olvido, junto a mis cuadernos de cursos pasados.
Si hay algo que he aprendido con los años es que, cuando te encuentras con una lectura que no te gusta o te gusta poco, puede generarte un bloqueo mental que te impide iniciar una nueva, y fue eso lo que me pasó. Si antes leía poco, ahora no leía nada; por casi un año no cogí libro alguno salvo los que asignaban como tarea en el colegio. La iniciativa había resultado contraproducente, y no es que fuese culpa de alguien, solo que a veces algunas relaciones no cuajan, y ya está. Pero así como cuando tu ex te engañó y no quieres nada romántico con nadie hasta que llega alguien que te hace vibrar nuevamente (les contaré luego que opino yo de esto), con los libros pasa igual. Llegará alguno que te enamore y te lleve al paraíso…solo debes ubicar al adecuado.
En mi caso fue Harry Potter (Potterhead detected). Empecé a leerlo cuando tenía 11 años, que es la misma edad de Harry al iniciar la saga (la vida son coincidencias, amigos); se lo habían regalado a mi amiga Grethel y en una de aquellas tantas pijamadas que organizábamos en mi casa o en la suya, me lo prestó. ¡Pum! Chispas y colores. Fue amor.
Estuve tan pegada al libro que lo acabé en un par de días y ansiaba más. Uno de mis tíos abuelos, el más querido por mi mamá, me regaló todos los tomos hasta el quinto libro; llegaban cada año junto a una bolsa de dulces chinos que me encantaban y que tiempo después descubrieron que daban cáncer (maldito cáncer, siempre tú, pequeña rata).
Como he dicho, cada libro de HP se publicaba en intervalos anuales, por lo que mi ansia de lectura quedaba insatisfecha pronto. Eso me llevó a ampliar mis preferencias y sí, en determinado punto, decidí darle una segunda oportunidad a El Conde. Fue la mejor decisión de mi vida.
Contaba ya con 13 años cuando empecé a releerlo. La historia es cautivadora: un marinero, hombre honesto y enamorado, es víctima de una trampa que maquinan ciertos hombres que lo utilizan para cargar con sus propios pecados y así deshacerse de ellos. Luego el marinero regresa, poderoso, a tomar venganza contra aquellos que le hicieron daño. Una locura, es lo más genial que he leído hasta el momento…la forma en que el autor desarrolla la historia principal y la de los personajes secundarios, haciendo que todo calce, es sublime.
Pienso ahora que la primera vez que tomé el libro no estaba preparada para leerlo, por eso lo dejé pronto. Bajo esta misma premisa es que nunca me obligo a leer algo, todo tiene que fluir naturalmente, si es forzado no se disfruta. Cada historia debe enganchar al lector (a veces será en las primeras diez páginas, otras habiendo pasado las 50); se trata de tener química, esa que te llevará a seguir hasta el final, disfrutando cada página hasta que la historia termine.
Fue así mi amor a segunda vista. Y ese amor me llevó a seguir aún ahora con la afición a los libros y a la literatura. Con el pasar de los años me he vuelto más open mind (ahora leo cosas que antes jamás hubiera tocado) lo que me ha llevado a descubrir cosas increíbles. Después de todo, es la literatura la que nos lleva de viaje por mundos que no son nuestros y nos acerca a ellos para ser libres.
Solo date una oportunidad.
